jueves, 2 de marzo de 2023

Millonarios buscando refugio para el colapso. "Contra el futuro", de Marta Peirano.

Sobre los millonarios buscando un lugar para su búnker y una manera de tener a sus mercenarios bajo control:

"En un ensayo titulado «La supervivencia de los más ricos y cómo traman abandonar el barco», el teórico Douglas Rushkoff cuenta que en algún momento de 2017 le pagaron el equivalente a medio año de su salario como profesor universitario para dar una conferencia en un resort de superricos. Para su sorpresa, la audiencia estaba compuesta de cinco hombres que no tenían interés alguno en su conferencia sino que querían empezar directamente con los ruegos y preguntas. Tras un prolegómeno de preguntas habituales (Bitcoin o Ethereum, computación cuántica, etc.), los hombres procedieron a lo que a Rushkoff le parecieron las cuestiones que verdaderamente les preocupaban, la razón por la que le habían invitado. Querían saber qué región sufriría menos el impacto de la crisis climática, Nueva Zelanda o Alaska, y cómo mantener la autoridad sobre el equipo de seguridad de su búnker después de «El Evento», siendo este una catástrofe climática, social, pandémica o técnica, como un ataque masivo a las infraestructuras críticas o el Gran Apagón.

Sabían que necesitarían guardias armados para proteger sus propiedades de la masa furiosa. Pero ¿cómo pagarían a esos guardias cuando el dinero dejara de tener valor? ¿Qué impediría que los guardias escogieran a su propio líder? Los millonarios consideraron usar una combinación especial de cerrojos para acceder a la comida. También pensaron en obligar a los guardias a llevar collares disciplinarios de algún tipo a cambio de garantizar su supervivencia. O construir robots que hicieran de guardias y trabajadores, si la tecnología pudiera desarrollarse a tiempo.

«De pronto lo entendí —dice Rushkoff—. Para ellos, esta era una conversación sobre el futuro de la tecnología», porque la tecnología que les interesa es la que sirve para escapar y aislarse «del peligro real y presente del cambio climático, la subida del nivel del mar, las migraciones masivas, pandemias globales, pánico nativista y escasez de recursos». Para el 1 por ciento, la crisis climática no es el problema, sino el contexto de los dos problemas que verdaderamente les preocupan: cómo seguir disfrutando de una cantidad desproporcionada de recursos cada vez más escasos sin pagar las consecuencias. Al igual que la singularidad —la fantasía de una insurrección robot que acabe con la especie humana—, las burbujas espaciales son una proyección del odio de clase. Sueñan con construir robots que hagan de guardias y trabajadores, y quieren estar lo más lejos posible del colapso que traería esa clase de automatización. Los castillos burbuja de Jeff Bezos son una variante extrema de los espacios que ya ocupan, espacios artificiales donde reproducir las condiciones de la naturaleza terrestre, a costa de consumirlas en otra parte y al triple de velocidad. Es lo que hacen las sedes de las grandes firmas tecnológicas como Menlo Park y Googleplex."


Sobre la frustración ante el cambio climático:

"Como conciliar un mundo en el que las empresas más contaminantes son premiadas y protegidas por las mismas instituciones que deberían fiscalizarlas, donde las multinacionales ejercen un poder desprovisto de responsabilidades y aquellos que toman las decisiones que más afectan al planeta están protegidos de sus consecuencias. «Es mi primera vez en Davos y tengo que decir que está siendo una experiencia desconcertante —comentaba el joven historiador holandés Rutger Bregman en un panel del Foro Económico Mundial en 2019—. Han llegado mil quinientos jets privados para ver a David Attenborough hablar de cómo estamos destruyendo el planeta. Escucho a la gente hablar de participación y justicia, igualdad y transparencia, pero nadie habla del verdadero problema, que es la evasión de impuestos. Que los ricos no pagan su contribución. Me siento como un bombero en un congreso de bomberos en el que no está permitido decir la palabra “agua”». Su intervención se hizo inmediatamente viral, no porque desvelara algo que no supiese todo el mundo sino porque, al señalar la incongruencia, al menos pudimos reírnos colectivamente de la premisa del encuentro: que los líderes mundiales se reúnen todos los años en un resort del cantón de los Grisones suizo para buscar soluciones a las grandes crisis del mundo. «Podemos seguir hablando toda la vida de todas estas estrategias filantrópicas, podemos volver a invitar a Bono a que venga a hablar —terminó Bregman—. Pero lo que tenemos que hacer es hablar de impuestos. ¡Impuestos, impuestos, impuestos! Todo lo demás es basura, en mi opinión».


No solo es basura. Es la clase de basura que nos envenena, porque nos hace sentir tan estúpidos ante la magnitud de la estafa que altera nuestra capacidad de tomar decisiones coherentes o al menos compatibles con nuestros principios. ¿De qué vale que yo deje de coger el coche, de comprar pañales desechables o de comer salchichas? ¿Por qué tengo que ser yo el pringado que coge trenes cuando la gente que más daño hace sigue viajando en jet? La disonancia cognitiva que produce la posibilidad de nuestro sacrificio contra su despilfarro nos hace sentir tan estúpidos que preferimos convertirnos en cínicos antes que caer en el bochorno de la ridiculez. Como decía Karl Marx, los cínicos no nacen, se hacen. Son los que se ocupan de que nada cambie, la policía del statu quo. Los medios de comunicación confirman el sinsentido con una dieta de shock permanente en la que se mezclan los ataques terroristas y las crisis financieras con los tsunamis, terremotos e inundaciones, los vertidos en el golfo de México con las erupciones volcánicas, los incendios forestales con las manifestaciones a favor de la independencia de Hong Kong o contra la represión en Chile, el primer millón de muertes por la pandemia con el asesinato televisado de George Floyd. Kahneman tiene motivos para ser pesimista. Es muy difícil pensar en el cambio climático sin sentir vergüenza, sin sentirse estúpido, sin sentirse impotente y sin caer en la depresión. Muchos especialistas describen el momento presente como la tormenta perfecta para un estado de parálisis grupal. Incluso los más concienciados eligen la vía del escapismo, huyendo al pueblo para volver a una vida más sencilla, de plantar cosas y cocinar despacio. Abandonar la rueda no la detiene, sino que significa abandonar la lucha contra la desinformación y el capitalismo caníbal. No tenemos tiempo para eso. Como dice Cesare Pavese, la única manera de escapar del abismo es contemplarlo, medirlo, sondearlo y descender a él."