jueves, 3 de septiembre de 2020

La luz negra, de María Gainza

 "...recordé esa máxima que dice que el carácter se forma los domingos a la tarde."

Lugares fuera de sitio, de Sergio del Molino

 "Aunque lo que antes se llamaba Reconquista está desacreditado historiográficamente (no hubo una continuidad política desde Don Pelayo hasta los Reyes Católicos con el propósito de restaurar la monarquía visigótica, como ha defendido el nacionalismo español desde el siglo XIX), sí es cierto que muchas zonas de la península se definieron durante siglos como territorio de frontera."


"Los proyectos nacionalistas, por moderados y razonables que suenen, quieren hacer tabula rasa. Escogen una fecha que identifican como año cero de la catástrofe y construyen una utopía que consiste en borrar lo que sucedió después y retomar la historia como si las invasiones e imperios no hubiesen existido. Estos proyectos siempre encuentran un obstáculo con forma humana: las masas de ciudadanos que no pertenecen a la etnia ensalzada o que descienden de los llamados invasores."


"El nacionalismo se obsesiona con borrar el tiempo y convierte largos siglos en paréntesis y salas de espera en las que no sucedió nada relevante, sólo se acumuló el polvo y la porquería, hasta que llegó el restaurador con su trapo y sus soluciones de amoníaco. A eso se refieren los nacionalistas catalanes cuando invocan la fecha de 1714, como los nacionalistas serbios la de 1389. Para el nacionalismo español convencional, 1492 es la fecha de la restauración que borró todo al-Ándalus. Los nacionalistas catalanes y vascos aún esperan su toma de Granada, y confían en una providencia que les restituirá lo que Castilla les usurpó. Es la misma providencia a la que se entregaba Ventura Abrantes y en la que siguen creyendo los Amigos de Olivenza. Algún día, todos estos siglos se diluirán como un mal sueño y todo volverá a ser como nunca debió haber dejado de ser."


"Su caso no es en absoluto una excepción en una Cataluña cuya burguesía cambió la camisa azul por la senyera y el franquismo por el antifranquismo con más rapidez que un prestidigitador."


"Harry Lime, antagonista de El tercer hombre, escrito por Graham Greene: «Recuerda lo que dijo no sé quién: en Italia, en treinta años de dominación de los Borgia no hubo más que terror, guerras, matanzas… Pero surgieron Miguel Ángel, Leonardo da Vinci y el Renacimiento. En Suiza, por el contrario, tuvieron quinientos años de amor, democracia y paz. ¿Y cuál fue el resultado? El reloj de cuco»."


"No hace falta ser un humorista profesional para entender que, tras la irreverencia y la transgresión, puede haber una pulsión inmovilista, que la carcajada es una forma ruidosa de decirle al otro que lo deje estar y no dé más vueltas a algo incómodo. Cuando una persona es incapaz de hablar en serio de nada, se vuelve intratable y pone en evidencia su miedo a afrontar los dilemas."

How Everything Can Collapse, de Pablo Servigne y Raphaël Stevens

"European countries, meanwhile, have very little autonomy when it comes to their diet. In the United Kingdom, for example, it is estimated that arable land production accounts for only 50 per cent of the population’s food needs. 

(DEFRA, ‘UK Food Security Assessment: Detailed Analysis’, 2010. https://webarchive.nationalarchives.gov.uk/20130402191230/http:/archive.defra.gov.uk/foodfarm/food/pdf/food-assess100105.pdf.

David Korowicz, ‘On the cusp of collapse: Complexity, energy and the globalised economy’, in (FEASTA & New Society Publishers, 2010), .)" 


"More dramatic still, power outages that last too long, coupled with interruptions in the supply of oil, could interfere with the emergency shutdown procedures of nuclear reactors. Because – as we hardly need remind you – it takes weeks or even months of work, energy and maintenance to cool and shut down most reactors …"


"It is to see that utopia has suddenly changed camp: today, the utopian is whoever believes that everything can just keep going as before. Realism, on the contrary, consists in putting all our remaining energy into a rapid and radical transition, in building local resilience, whether in territorial or human terms."

El colgajo, de Philippe Lançon

 "Que la izquierda no haga más que traicionar al pueblo no significa que Nina termine, como tantos otros, haciéndose de derechas. Que tantísimos hombres sean unos inútiles egoístas y vanidosos no significa que Nina deje de querer."


"Charlie fue importante hasta el escándalo de las caricaturas de Mahoma, en 2006. Aquel fue un momento crucial: la mayor parte de los periódicos, e incluso algunas figuras destacadas del dibujo, dejaron de solidarizarse con un semanario satírico que publicaba esas caricaturas en nombre de la libertad de expresión. Unos, en virtud de una preocupación manifiesta por el buen gusto; otros, porque no había que sacar de quicio al Billancourt musulmán. Era como estar unas veces en un salón de té y otras en una réplica de una celda estalinista. Esta falta de solidaridad no era solamente una vergüenza profesional, moral. Al aislarlo, al señalarlo, también contribuyó a hacer de Charlie el blanco de los islamistas. La crisis que acarreó alejó del periódico a buena parte de sus lectores de extrema izquierda, pero también a los jerarcas culturales y a quienes marcaban las pautas, que, durante varios años, lo habían convertido en un periódico de moda. Luego su declive fue acompañado de una serie de cambios de local, a cuál más feo y a trasmano, cuya única función no parecía otra que hacernos echar de menos la antigua sede de la rue de Turbigo, en el corazón de París, y su gran sala con ventanales. El más siniestro fue aquel, situado en un bulevar exterior, que se incendió en noviembre de 2011 de resultas del lanzamiento nocturno de un cóctel molotov. Una mañana fría y gris nos encontramos delante de lo que quedaba, después de que el agua de los bomberos terminara de destruir lo que el fuego había empezado. Los archivos se habían convertido en una pasta negra. Algunos lloraban. Estábamos abrumados por una violencia que no acabábamos de comprender y que la sociedad en su conjunto, exceptuando la extrema derecha, que lo hacía por motivos y con intenciones que no podían ser las nuestras, se negaba a ver. No se sabía quiénes eran los autores, pero teníamos pocas dudas acerca de sus motivaciones."

The Little Ice Age: How Climate Made History 1300-1850, de Brian Fagan.

" We are in a raft, gliding down a river, toward a waterfall. We have a map but are uncertain of our location and hence are unsure of the distance to the waterfall. Some of us are getting nervous and wish to land immediately; others insist we can continue safely for several more hours. A few are enjoying the ride so much that they deny there is any immediate danger although the map clearly shows a waterfall…. How do we avoid a disaster?

-George S. Philander, Is the Temperature Rising?"


"Even today, hypothermia can kill the elderly in dwellings without central heating when indoor temperature falls below 8°C. As many as 20,000 people a year died in Britain from this condition in the 1960s and 1970s, almost all of them elderly, many malnourished."


"Irish peasants were told to eat grain instead of potatoes, but at the same time the government did nothing to curb the export of grain from the starving country. Free-trade doctrines prevailed, whereby the exporting of grain would provide money for Irish merchants to purchase and import lowpriced food to replace the potato."


"By late September, the situation was desperate. People were living off blackberries and cabbage leaves. Shops were empty. Troops were sent to protect wagons carrying oats for export. Even if the exported food had been kept in the country, the people would not have been much better off, for they had no money to buy it. Proposals for public works to employ the hungry were stalled in Whitehall, then delayed by protests over task work and low wages. Even the government’s payments to the destitute workers were irregular because of a shortage of silver coin. The fields, combed by emaciated families, contained not even a tiny potato. Children began to die. The weather turned cold at the end of October, and fifteen centimeters of snow fell in County Tyrone in November. Adding to Ireland’s troubles, the North Atlantic Oscillation flipped into low mode, bringing the most severe winter in living memory.

Ireland’s winters are normally mild and the poor normally spent them indoors, where peat fires burned. This time they had to work out of doors to survive. By November, over 285,000 poor were laboring on public relief works for a pittance. Many died of exposure. Thousands more poured into towns, abandoning their hovels in ditches and near seashores. Inevitably, farm work was neglected, with few tilling the soil, partly because the peasants feared, with reason, that landlords would seize their harvests for rent. A Captain Wynne visited Clare Abbey in the west and confessed himself unmani,:d by the extent of the suffering: “witnessed more especially among the women and little children, crowds of which were to be seen scattered over the turnip fields like a flock of famished crows, devouring the raw turnips, mothers half naked, shivering in the snow and sleet, uttering exclamations of despair, while their children were screaming with hunger.“18 Even the dogs had been eaten."


"The British government, believing firmly in the sanctity of the free market, pursued the ideology of minimal intervention that dominated many European governments of the day. Ministers believed that poverty was a self-imposed condition, so the poor should fend for themselves."

viernes, 14 de agosto de 2020

Los besos de Eva eran oxígeno.

    La lluvia y el frío borraron una mañana soleada, y el invierno había llegado. El verano había sido solitario y el invierno se presentaba frío e insoportable. Trabajo en el supermercado, cocina, cama. Rutina. Soledad.

Eva apareció como un ave exótica bajo la luz artificial. Uniforme de enfermera bajo el abrigo. Comenzamos a hablar y le di mi teléfono. Los dos estábamos solos y fue inútil tratar de ocultarlo.

Ella alumbraba mi vida, entre los tubos fluorescentes del supermercado y la bombilla desnuda de mi estudio.

Pienso que fue amor, que el amor puede llegar rápido. Igual de rápido que se puede ir.

Buscábamos que nuestros días libres coincidiesen para darnos calor. Los besos de Eva eran oxígeno. Me daban vida, la que valía la pena vivir.

Paseábamos. Yo le acompañaba al hospital, y le esperaba cuando acababa su turno. Ella también me acompañaba al supermercado y me sorprendía a veces mientras reponía productos en las estanterías.

No existía nadie más. No me importaba nada más, sólo Eva.

Pasé año nuevo solo, porque ella trabajaba esa noche en el hospital, pero me dijo que no importaba, que teníamos tiempo, teníamos todo el tiempo del mundo.

Paseábamos. Hablábamos. Ella dijo que quería vivir conmigo. Yo le dije que la amaba. Yo también te quiero, dijo ella.

En un mes ibamos a vivir juntos, yo dejaría mi estudio y me mudaría a su apartamento.

Cada vez tenía más turnos y parecía más cansada. 

Cuando todo se volvió irreal, yo perdí los nervios. Ella me tranquilizaba por teléfono. Todo va a salir bien, me decía. Tenemos todo el tiempo del mundo.

Cuando dejo de contestar mis llamadas, no pude soportarlo. Vuelve a tu casa o te multaré, me dijo el policía. No me importa, tengo que verla, le contesté. Pero volví a mi estudio.

Una noche no podía dormir y llegué hasta su edificio. Llamé durante una hora al timbre de su apartamento, pero nadie contestó.

Me desesperé. El invierno y el frío quedaban atrás lentamente, pero yo me ahogaba. No podía vivir sin ella.

Cuando parecía que lo peor había pasado, fui a su hospital y pregunté por ella. Un doctor me sentó en un despacho vacío.

Eva salvó a mucha gente, pero un día ya no pudo más, dijo el médico. Yo notaba que me desvanecía, luchaba por aferrarme a su voz. La ingresamos, pero empeoró y no pudimos hacer nada.

Pobre Eva. Llegó en mal momento. Eva me hizo vivir, pero perdió su vida. Eva me hizo respirar, pero ella dejó de hacerlo. Yo no vivo más. Ya no respiro apenas. Porque los besos de Eva eran oxígeno.

miércoles, 1 de julio de 2020

Pureza, de Jonathan Franzen

"—Siempre he pensado que ese trabajo no estaba a la altura de tu talento.
—Mamá, no tengo ningún talento. Tengo una inteligencia inútil. Y no tengo dinero. Y ahora, tampoco un lugar donde vivir."

El fantasma del rey Leopoldo, de Adam Hochschild

"No obstante, la existencia de alguna forma de tráfico de seres humanos resultó catastrófica para África, pues cuando aparecieron los europeos dispuestos a comprar sin límite cargamentos de esclavos, encontraron jefes africanos deseosos de vendérselos."

"Los monstruos existen —escribía Primo Levi sobre su experiencia en Auschwitz—. Pero son demasiado poco numerosos como para constituir un auténtico peligro. Más peligrosos son […] los funcionarios dispuestos a creer y actuar sin hacer preguntas."

"El propio Leopoldo acudió a ver a los congoleños (a la exposición en Bélgica)—su sueño hecho realidad— y fue presentado a uno de sus jefes. Al decirle que algunos africanos padecían indigestión por los bocados y dulces que les daba el público, ordenó colocar una señal equivalente a la de «no arrojar comida a los animales». El cartel decía: LOS NEGROS SON ALIMENTADOS POR EL COMITÉ ORGANIZADOR. En realidad, comían —y dormían— en los establos reales."

sábado, 20 de junio de 2020

Rosario Castellanos

"La muerte será la prueba de que hemos vivido."

"El fin del fin de la Tierra", de Jonathan Franzen.

"De todos los errores que cometí en la ciudad a los veintiún años, el que más lamento es no haber sido capaz de imaginar que los neoyorquinos negros que tanto miedo me daban podían estar aún más asustados que yo."

"En Copenhague, en 2009, el presidente Obama hizo poco más que ratificar un hecho consumado cuando renunció a establecer un compromiso de Estados Unidos con objetivos de reducción vinculantes. Al contrario que Bill Clinton, Obama fue sincero al valorar cuánto podía esperarse de Estados Unidos, en términos de acción, en la lucha contra el cambio climático: nada."

"Jamieson sugiere que la inacción de Estados Unidos es una consecuencia de la democracia. Una buena democracia, al fin y al cabo, actúa en función de los intereses de sus ciudadanos, y son precisamente los ciudadanos de las principales democracias emisoras de carbono quienes se benefician de la disponibilidad de gasolina barata y del comercio global, mientras que quienes no pueden votar cargan con las peores consecuencias de nuestra polución: los países más pobres, las generaciones futuras, las demás especies."

"Solo la apreciación de la naturaleza como una suma de hábitats específicos amenazados, más que la noción de algo abstracto que «se está muriendo», puede impedir la absoluta desnaturalización del mundo."

Limonov, de Emmanuel Carrère

"Ciega de rabia, se dijo y le dijo al bebé que era un camelo todo lo que quisieran contarle sobre la ayuda mutua, la solidaridad, la fraternidad. «La verdad, no lo olvides nunca, mi pequeño Édichka, es que los hombres son unos cobardes, unos canallas, y que te matarán si no estás preparado para golpear primero.»"

"...no habla con nadie durante semanas enteras. Aunque haya dado el número a algunos seres humanos a los que todavía considera cercanos —Shmákov, Lionia Kossogor, Jenny—, nunca suena el teléfono. Nadie piensa en él, nadie se acuerda de su existencia."

"...un multimillonario americano y un poeta oficial soviético forman parte de la misma clase, la de los amos, a la que nunca pertenecerá él..."

"—¿Quieres decir que allá el Estado cuida tanto su dinero que os hace pagar el gas? —No da crédito a esto, pero añade, soñadora—: Fíjate, parece que Gorbachov y sus lameculos quieren hacer lo mismo aquí…"

"La revolución que había derribado a Ceauşescu reivindicaba a miles de mártires aplastados por una última sacudida del régimen en disolución. Fueron especialmente emotivos los osarios descubiertos en Timişoara. La cifra generalmente barajada era de cuatro mil muertos. Libération precisaba: cuatro mil seiscientos treinta. Setenta mil, sobrepujaba valientemente TF1. A la hora del pavo y del foie gras, los telediarios mostraban, emergiendo de fosas excavadas a toda prisa, cadáveres esqueléticos, terrosos, con pijamas de rayas. Europa temblaba. Se hablaba de enviar a unas brigadas internacionales para detener el genocidio que proseguían los asesinos acosados de la Securitate, la policía política de Ceauşescu. Ahora bien, se supo, en primer lugar, que los cadáveres, a lo sumo unas decenas, habían sido exhumados por las cámaras en el cementerio de Timişoara, donde reposaban después de haber fallecido de muerte natural, y en segundo lugar que los asesinos de la Securitate, lejos de proceder a un genocidio suicida, mucho más juiciosamente se habían reconvertido en cuadros del Frente de Salvación Nacional, el partido del nuevo presidente, Ion Iliescu. Prohibido, culpado de todos los crímenes, el Partido Comunista se había contentado con cambiar de nombre y de dirigente, pero seguía prosperando, y las elecciones de marzo de 1990, que le dieron una amplia mayoría, justificaron la expresión cruel que describía a los rumanos como el único pueblo de la historia que había elegido libremente a los comunistas."

"...al cabo de cinco breves años de experiencia democrática, todos los sondeos coinciden y hay que rendirse a esta perturbadora evidencia: la gente está tan harta de la democracia, del mercado y de la injusticia consiguiente que se dispone a votar en masa al partido comunista."

"...el oficial anodino y obsequioso (Putin) va a revelarse como una implacable máquina de guerra y a deshacerse uno tras otro de los que le han encumbrado. Tres años después de la entrevista de Biarritz, Berezovski y Gusinski se verán obligados a exiliarse. Jodorkovski, el único que se había enmendado, tratando de moralizar la gestión de su imperio petrolero, será detenido y, tras un juicio escandaloso, enviado como en los buenos tiempos a Siberia, donde aún se pudre, en el momento en que escribo. Los demás están avisados, han comprendido quién es el que manda."

Gombrich sobre el patriotismo.

"...es ridículo y penoso que alguien diga de sí mismo: «Soy la persona más lista, más fuerte, más valiente y mejor dotada del mundo», pero que, si en vez de decir «soy» dice «somos» y afirma que «nosotros» somos las personas más listas, más fuertes, más valientes y mejor dotadas del mundo se le aplaude con entusiasmo en su patria y se le llama patriota. Esto, sin embargo, no tiene nada que ver con el patriotismo. Naturalmente, se puede sentir mucho apego por la patria sin necesidad de afirmar que en el resto del mundo sólo vive una chusma inferior. Pero cuanta más gente caiga en esta insensatez, tanto más peligrará la paz."

lunes, 6 de abril de 2020

La casa encantada en "Nuestra parte de noche", de Mariana Enríquez.

Aterrador y magistral fragmento en el que un grupo de amigos adolescentes entran en una casa abandonada.

"Gaspar fingió hacer fuerza, apretar los dientes, hacer palanca. No estaba haciendo, en verdad, más que apoyar el fierro en la juntura de la puerta. Ya se había abierto. La pateó con fuerza para que pareciese que el movimiento había sido el mismo, que la patada acompañaba el esfuerzo de los brazos y la palanca. Cuando se abrió, todos retrocedieron. Gaspar tuvo que agacharse a respirar para tratar de tranquilizarse: una vez más no se había esforzado físicamente, pero su cuerpo reaccionaba como si hubiese trasladado algo muy pesado. Por esos minutos de recuperación no vio lo que había hecho retroceder a los demás.
En el interior de la casa había luz.
Adela entró, decidida. Gaspar la siguió y notó que los otros dos iban detrás de él. Vicky le agarró la mano y él se la apretó. Lo que veían era imposible porque la luminosidad parecía eléctrica. pero del techo no colgaban lámparas: había agujeros con cables viejos que asomaban como ramas secas. También olía a desinfectante. Tenía algo de hospital, pensó Gaspar, y no dijo nada. Junto a la puerta, del lado de adentro, había un teléfono negro, viejo. Estaba desenchufado, se veía el cable arrancado, pero Vicky le dijo a Gaspar al oído: ay, que no suene. Pablo, un poco más lejos, daba vueltas sobre sí mismo mirando alrededor.
–Es demasiado grande –dijo sin mirarlos–. La casa. Es más grande de adentro que de afuera.
Tenía razón. El living, o el hall de entrada, o lo que fuese ese primer ambiente, parecía un salón vacío y tenía tres ventanas, aunque desde afuera solo se veían dos. Solo había dos. Gaspar sintió que Vicky le clavaba las uñas en el brazo, en el sano, ella tenía cuidado, jamás le había dicho que no le dolía, tampoco a Pablo, y eso que Pablo sabía lo que había pasado. Después dijo en voz alta:
–Salgamos. Está zumbando.
Ahora Gaspar también oía, aunque muy tenue, a una frecuencia muy baja, parecido a cuando el equipo de música quedaba encendido y vibraba casi imperceptiblemente. Era como si detrás de las paredes vivieran colonias de bichos ocultos bajo la pintura. Bichos pequeños, a lo mejor alados. Mariposas nocturnas. Escarabajos negros. Pensó que en cualquier momento la pintura, de un amarillo patito muy claro, se iba a desprender e iba a dejar que salieran volando los bichos, se imaginaba muchas polillas, esos animales que cuando se los atrapaba quedaban convertidos en cenizas.
Ser huérfano era cargar con cenizas.
Adela se adelantaba, entusiasmada, sin miedo, entraba en la casa iluminada por su sol privado, la casa que era otra por adentro. Pablo le pedía esperá, esperá; pero ella no hacía caso. La vibración la atraía. La luz, que no era eléctrica, al menos no venía de ninguna lámpara en el techo, la hacía parecer dorada.
La siguieron hasta la siguiente sala, que tenía muebles. Sillones sucios, de color mostaza, agrisados por el polvo. Contra la pared se apilaban estantes de vidrio. Estaban muy limpios y llenos de pequeños adornos. Adela se acercó para ver qué eran: llegaban casi hasta el techo. En el estante inferior había objetos de un blanco amarillento, con forma semicircular. Algunos eran redondeados, otros más puntiagudos. Gaspar se animó a tocar uno y lo soltó enseguida, asqueado.
–Son uñas –dijo.
Vicky se puso a llorar. Pablo y Adela seguían mirando. Gaspar los observó. Estaban raros. Fascinados, pero como si recién se despertaran, adormecidos. Él y Vicky no, ellos estaban alerta. La sensación de que algo horrible iba a pasar era clarísima, al menos para él, pero se entregó. La casa los había buscado y ahí los tenía, ahora, entre sus dedos, entre sus uñas. El segundo estante estaba decorado con dientes. Muelas con plomo negro en el centro, arregladas; después los colmillos, que, le habían enseñado en el colegio, se llamaban incisivos. Paletas. Dientes de leche, pequeños. Gaspar adivinó lo que había en el tercer estante antes de verlo, era obvio. Había párpados. Ubicados como mariposas, igual de delicados. Pestañas cortas, oscuras largas, algunos sin pestañas.
–Hay que juntarlos –dijo Adela, excitada–. ¡A lo mejor alguno es de mi papá!
Gaspar la paró. Le detuvo la mano antes de que pudiese tocar los delicados restos humanos de los estantes. Y entonces se cerró una puerta adentro de la casa. Gaspar iba a recordar el sonido durante años, clarísimo. Un golpe firme, no un golpe de viento. Un portazo sin un chirrido. Un sonido seco y definitivo. ¿De qué parte de la casa venía? Era imposible distinguirlo desde ahí. Vicky se puso histérica y quiso correr, pero no supo hacia dónde. Pablo la agarró de la cintura, mudo. Gaspar lo miró con admiración y se encargó de Adela. La miró a los ojos –ojos oscuros y ofuscados– y le dijo, bien claro:
–Ahora vamos a intentar salir. Hay alguien acá.
–No hables en voz alta –susurró Vicky, y Gaspar pensó las cosas tienen que estar claras porque ahora nos tenemos que salvar. Se sentía frío y decidido. Llevaba el fierro en la mano y sabía que era capaz de usarlo.
–Vicky, ya saben que estamos en la casa.
–Nunca tendríamos que haber entrado –dijo Pablo, y en ese momento Adela salió corriendo hacia la otra habitación. Gaspar trató de atraparla, pero ella logró escabullirse. La siguieron. Costaba un poco correr en la casa, como si estuviese mal ventilada, como si faltase el oxígeno. Ninguno le gritó que parase, pero tampoco la dejaron sola. La siguiente habitación era una especie de comedor: en el fondo se veían los restos de una cocina oxidada. No había mesa. Y lo que sí había no tenía sentido. Un libro de medicina, de hojas satinadas, abierto en el suelo. Un espejo colgado cerca del techo, ¿quién podía reflejarse ahí? Una pila de ropa blanca, aparentemente limpia, bien doblada. Sábanas. Adela quiso agarrar una y Gaspar la detuvo con firmeza, a punto de darle un cachetazo. No hay que tocar nada, pensó. Es como si todo fuese radiactivo. Es como Chernóbil. Si tocamos la casa, no nos va a dejar salir nunca, se nos va a pegar. Lo dijo en voz alta. Le daba miedo que la presencia en la casa escuchase su voz, pero no tenía alternativa. Era imposible ocultarse.
–No toquen nada. De verdad les digo.
Solamente tengo que sacarla de acá, pensó. Si hace falta arrastrarla, lo voy a hacer. Él también sentía, aunque en menor medida que Adela, la atracción: tenían que irse y no querían o algo los retenía.
–¿Y por qué? –preguntó ella–. ¡Puede haber cosas de mi papá!
–No conocés a tu papá.
–Esos dientes capaz eran de él. A lo mejor tuvieron a mucha gente acá adentro. Mucha gente. Vos y yo leímos que los militares usaban casas comunes para torturar. A lo mejor usaron esta y nadie sabía. Acá hay partes de mucha gente.
Adela dijo eso en un tono que espantó a Gaspar. Se acordó de Omaira en el lodo y sus ojos como cucarachas; se acordó de las pupilas fijas de su padre, pensó en un mundo de cristales negros y brillantes. Acá hay partes de mucha gente. Eso no lo había dicho Adela, aunque alguien había usado su voz. ¿Quién hablaba a través de ella?
–Tenemos que salir –dijo Gaspar.
Adela tembló bajo esa luz artificial. Gaspar sintió que estaban en un teatro: se supo observado. Y, cuando ella salió corriendo y se internó por un pasillo que quedaba justo al lado de la cocina oxidada en esa casa que por adentro parecía no tener fin, la detuvo. La tiró al piso y escuchó cómo el mentón resonaba contra el suelo. Ella se retorció bajo su peso y con una fuerza inexplicable logró sacar su único brazo y meterle los dedos en los ojos. En un segundo se había soltado. Gaspar no podía creerlo. Él debía ser por lo menos quince kilos más pesado que Adela y era fuerte, nadaba, sabía pelear. Sin embargo, no podía con ella.
Porque no estaba peleando con ella, pensó, estaba peleando con la casa. O con el dueño de la voz.
Vicky también trató de pararla y tampoco pudo. Pablo sencillamente la corrió, jadeando. Y después los tres la siguieron por un pasillo ancho que tenía varias puertas a cada lado, un pasillo imposible de largo, imposible que existiese en esa casita, metros y metros, con el piso de madera algo sucio, pero no abandonado, y las paredes con un empapelado de flores de lis. Los tres vieron cómo Adela abría una puerta que debía llevar a una habitación. Parecía un pasillo de hotel, se dijo Gaspar. Antes de entrar, ella se dio vuelta y los saludó con su única mano. Ninguno la paró, porque pensaban seguirla. No podían imaginar que después del saludo ella iba a cerrar la puerta. O que alguien iba a cerrar la puerta.
Gaspar supo entonces, cuando vio desaparecer su pelo amarillo en la oscuridad –la habitación en la que había entrado estaba oscura–, que esa puerta sí que no iba a poder abrirla. Que estaba fuera de su alcance. Lo sentía en el cuerpo y en la mente con una claridad luminosa. Primero quiso abrirla Vicky: el picaporte se movía, pero eso era todo. Ninguno había escuchado ruido de llaves. Después lo intentó Gaspar, aunque ya sabía que era inútil. Lo intentaron los tres, sin pensar en la presencia, en ese alguien más que podía estar en la casa. Usaron el fierro, dieron patadas, corrieron y se tiraron contra la puerta como habían visto hacer en las películas. No había manera de abrirla.
–Tenemos que buscar ayuda –dijo Pablo, y en ese preciso instante, como si hubiese dado una orden, se apagó la luz.
Vicky gritó y después empezó a llorar muy fuerte y muy alto y Gaspar se dio cuenta de que su llanto venía desde abajo; se había sentado o se había caído, no era fácil darse cuenta en la oscuridad, que era total.
–Dame la linterna –pidió, y Pablo tanteó su espalda hasta que dio con su brazo y Gaspar la tomó y la encendió. La luz era poca, pero tenía que alcanzar. Pablo también lloraba: reconocía ese llanto contenido y bajo. Él no tenía ganas de llorar. Él tenía que sacarlos de ahí, porque solos no iban a poder.
–Vicky –dijo–, levantate y agarrame de la cintura. Pablo, vos agarrala a ella, así no nos perdemos.
–¡Y por qué nos vamos a perder! –dijo Vicky, y en su voz había una nota de nena chica, de terror tan paralizante que Gaspar le apretó un brazo y se lo sostuvo con la mano que tenía libre mientras trataba de sostener la linterna. Se había metido el fierro en el bolsillo, que debía sobresalir aunque en la oscuridad no podía verlo. No le contestó a Vicky. Era obvio por qué podían perderse: las paredes del pasillo ya no estaban ahí. Eso ya no era un pasillo. La posibilidad de volver a atravesar la sala de los estantes (¿qué habría en los de arriba?, ¿corazones, pulmones, cerebros, quizá cabezas?) le daba miedo, pero sabía que no debían seguir adentrándose en la casa. Lo que había más allá estaba muy lejos de la calle, de sus casas, del barrio, de sus padres. Si Pablo se dio cuenta de que ya no estaban en un pasillo, no dijo nada. Lo escuchaba moquear en la oscuridad. Él mismo escuchaba a su propio corazón, demasiado rápido, salteándose algunos latidos. Levantó la linterna hasta la altura de su cuello e iluminó lo que ya no era un pasillo. Tenía el aliento de Vicky en la oreja y la escuchó decir:
–Prendé la linterna, por favor, por favor.
Se sorprendió. ¿Tendría los ojos cerrados?
–Está prendida –dijo.
–No mientas, ¡tarado! No veo nada.
Pensá rápido, pensá rápido, se dijo Gaspar. Si se entera de que está encendida la linterna y que ella igual no ve, va a pensar que quedó ciega. Si hacía como que no tenía pilas o que no funcionaba, ella se iba a enojar con Pablo. Si Pablo sí veía, a lo mejor entendía lo suficiente para callarse. Era mejor esto. Era mejor Vicky furiosa que aterrorizada.
–Yo tampoco veo nada –dijo Pablo. Ya no lloraba. Gaspar sintió que confiaba en él, que no tenía que cuidarlo. No podía explicar por qué sus amigos no veían. La linterna iluminaba poco espacio, pero muy bien. Se notaba que las pilas eran nuevas. Era un detalle que a Pablo nunca se le hubiese escapado.
–Es que se apagó. Vicky, tranquila, que yo algo veo.
Ella nunca se comportaba como una nenita. Por eso era tan fácil ser su amigo. Sin embargo, ahora estaba histérica. Y empezó a decir en voz alta, justo sobre la oreja de Gaspar:
–¡Es que no aguanto más el zumbido y aparte ahora hablan! ¿No escuchan que alguien habla?
Por eso estaba portándose así, pensó Gaspar. Vicky no se descontrolaba tan fácil: escuchaba cosas, le pasaba algo distinto de lo que le ocurría a Pablo o a él. Estaba encerrada en su cabeza, además de en la casa. Gaspar no oía nada en absoluto. Ni el zumbido –que sí había oído al entrar y ahora había desaparecido– ni por supuesto ninguna voz. Gritó en la oscuridad:
–Pablo, ¿vos estás bien?
–Sí –dijo Pablo, dudoso–. Y tampoco oigo nada.
–Bueno. Sostenela a Vicky, y caminen. Yo los guío, ustedes caminen. No se suelten.
Y no voy a escucharlos más, pensó Gaspar. Porque había iluminado hacia los costados y había visto las paredes cubiertas de enredaderas y musgo. Y, cuando iluminó mejor, entre las plantas había cositas blancas. Huesos. Algunos muy chicos. De animales, se dijo. De pollo. Al menos ahora parecía más una casa abandonada. Movió la linterna y vio un piano negro y, cerca, lo que parecían maniquíes colgando del techo. El piso estaba lleno de velas consumidas y dijo en voz alta:
–Cuidado que está resbaloso.
Vicky y Pablo no preguntaron por qué; a lo mejor imaginaban algo espantoso, pero Gaspar no pudo tranquilizarlos diciendo que se trataba de cera porque la linterna iluminó una ventana y lo que había del otro lado era imposible. Gaspar no quería detenerse a ver pero lo hizo: del otro lado del vidrio sucio se veía la luna sobre los árboles, muchos árboles, un bosque quieto, como si la casa estuviese en una colina, en un lugar más alto que permitiese ver ese paisaje, ese panorama. El bosque no le pareció lindo. También podía ser una pintura muy detallada, pensó. Una pintura de una ventana que daba a un bosque. Era eso. Igual la pintura tenía algo desagradable, parecía una trampa. Toda la casa era una trampa.
No iluminó más las paredes. Ni el piso. Siguió iluminando adelante, a veces seguro de que, si había alguien en la casa, iba a llegar el momento en que le sacara la linterna de la mano, lo golpeara (los golpeara) y los arrastrara hasta alguna de esas habitaciones oscuras, como la que había elegido Adela. ¿Por qué los había saludado así? Había sido un gesto tan chiquito, una despedida.
¿Y si el que había cerrado una puerta en algún lugar de la casa era el padre de Adela? ¿Y si seguía vivo? ¿Si no era un desaparecido, sino un asesino serial? Pablo dio un pequeño grito en la oscuridad y Gaspar preguntó qué pasa, qué te pasa.
–Algo me tocó. En la espalda –dijo Pablo.
–Basta –dijo Gaspar–. Vamos a salir. No te des vuelta.
Vicky no dijo nada. ¿Lo había oído a Pablo? Era imposible que no.
La linterna iluminó una escalera de madera con una hermosa baranda: llevaba a otro piso, arriba. El problema, claro, era que la casa de la calle Villarreal no tenía piso de arriba.
–¿Ves la puerta? –le dijo Vicky. Tenía el aliento muy caliente y olía a monedas. Pero ya no se la escuchaba tan asustada. Sus manos lo apretaban tan fuerte que dolía un poco.
–Ya llegamos –contestó Gaspar, y pensó: Adela se quedó encerrada en esta casa, Pablo está por tener un hermano, y a Vicky la quieren mucho. Basta, pensó. Papá, dame la puerta. Tenemos que salir.
–Vicky, ¿escuchás algo?
–El zumbido, pero menos.
Gaspar repitió sin mover los labios: papá, dame la puerta y sintió cómo la transpiración le humedecía la nuca, la espalda y siguió caminando.
La linterna iluminó la puerta, totalmente abierta. ¿Ellos la habían dejado así, de par en par? No importaba. Se apuró sin decir nada, por las dudas, y sintió el alivio de Vicky cuando ella también vio las luces de la calle, la noche afuera, y se desprendió de su cintura y salió corriendo a la vereda, a salvo. Pablo hizo lo mismo, instintivamente. Gaspar apagó la linterna y miró la casa. Seguía igual, desde afuera. Pequeña, fea, gris, las ventanas tapiadas. Oscura. Le dio la linterna a Pablo. No podía hablar. Vicky estaba distinta ahora: el pelo largo, despeinado, le daba un aire adulto. Lo abrazó rápido pero con fuerza, y le dijo estás todo transpirado, y después gracias, gracias. Afuera volvía a ser decidida."

Apocalipsis suave, de Will McIntosh

Un par de reflexiones interesantes:

"...Todo era propiedad común; lo compartíamos todo. El capitalismo era un lujo que no podíamos permitirnos. Es asombrosa la velocidad a la que se desmoronan incluso las creencias más arraigadas en época de vacas flacas."

"La gente parecía más dispuesta a arriesgarse que cuando yo era pequeño. Tal vez se debiera a que no esperábamos vivir tantos años como nuestros padres.
¿Era eso? ¿Pensábamos, simplemente: «Por qué no arriesgarme, si voy a morir pronto de todos modos»? Pues sí, así nos lo tomábamos. Cuando era pequeño, estaba seguro de que llegaría a los noventa años, puede que a los cien. Desde entonces, la estimación había ido tendiendo a la baja. En esos momentos pensaba que, si la situación no mejoraba, tendría suerte si llegaba a los cincuenta."