domingo, 17 de noviembre de 2019

Sarah Hall

<<...Tenía un tamaño mediano. Definitivamente, se estaba moviendo. Tenía velocidad, se desplazaba, aunque no sabía decir hacia dónde, si hacia ella o en dirección contraria. Escudriñó atentamente la franja de arena. Hacia ella. Se estaba acercando. Distinguía un leve balanceo, adelante y atrás, de lado a lado. Iba trotando, o corriendo. Se le encendió una señal de alarma. Sintió como si el aire se agotara de pronto, a pesar de que la playa era una catedral de aire. Se quedó quieta y se llevó una mano a la boca. Algo venía corriendo hacia ella. Algo venía corriendo hacia ella. No podía moverse, no podía pensar con claridad...>>
De "Ella mató al hombre mortal". Una excelente forma de describir una tensión casi insoportable.

<<...Si ve una mujer que lo excita, en el trabajo o en el tren, piensa en la alternativa, en el recambio. Pero cuando estos momentos se esfuman y vuelve a la realidad, siente un miedo de vértigo, se imagina que la pierde y se da cuenta de lo importante que es para él. Es la ausencia lo que define la importancia de las cosas...>>
De "Señora Fox".

<<...En la ciudad nos habían dicho que las raciones eran escasas porque asaltaban los camiones de reparto, pero nunca nos dieron más detalles. Cuando se lo conté a Jackie, contestó que la primera regla del control de la población era restar importancia a los enemigos del Estado y no presentarlos nunca como una amenaza grave, para no dar ideas a la gente. A pesar de que la Autoridad parecía implacable y despótica, el país había perdido el grueso del ejército y era débil. Bastaría una pequeña sublevación para agujerear el tejido del gobierno, dijo...>>
De "Hijas del Norte".

Antonio Muñoz Molina - El invierno en Lisboa

<<...Descubrió que esa música ya no lo emocionaba, que no aludía a Lucrecia ni al pasado, ni siquiera a él mismo...>>

Antonio Muñoz Molina - Ardor Guerrero

<<...Uno de los mayores misterios de la vida es el de la imposibilidad de ser feliz un domingo por la tarde...>>

<<...en el azaroso ecumenismo de aquellos cuarteles se comprobaba que con tal de no ser español casi todo el mundo decidía ser lo que se presentara, poniendo incluso más furia en la negación que en la afirmación, como si que a uno lo llamaran español fuera una calumnia. La izquierda, que por aquellos años se había quedado sin banderas, sin banderas republicanas ni banderas rojas, culminaba su ineptitud rescatando banderas regionales, inventándolas, inventándose, como la carcundia romántica del siglo XIX, tradiciones e identidades ancestrales, sagradas fiestas vernáculas, diatribas de víctimas seculares del centralismo español. El lirismo polvoriento de juegos florales y trajes típicos empezaba a transmutarse temiblemente en cultura popular, y la ignorancia hostil hacia el mundo exterior y el enclaustramiento en la provincia de uno cobraban un prestigio de desplantes políticos...>>

<<...las décadas, como los siglos, empiezan siempre con retraso, y se prolongan más allá de su terminación oficial.
En 1900, la reina Victoria y Jules Verne estaban vivos, y el siglo XX, que ya corría en los calendarios, no había empezado aún. El siglo XX, ya se sabe, empezó en 1914, con las matanzas industriales de hombres en los barrizales sangrientos de la Primera Guerra Mundial y con la introducción de los cascos de acero y del color caqui en los uniformes militares, que hasta entonces tendían a los rojos y azules de los casacones de opereta. El siglo XX empezó con la aplicación de los principios de la cadena de montaje a la fabricación de coches, de películas y de cadáveres humanos. Hasta entonces, las películas eran distracciones rudas de barraca de feria, los automóviles seguían pareciendo catafalcos o coches de caballos y los muertos, incluso los muertos de la guerra, eran muertos artesanales, de uno en uno, con nombres y apellidos, casi parroquianos de la muerte, como los parroquianos de las tiendas de ultramarinos.>>

<<...No era sólo otra década, era otra época en la que vivíamos, si uno lo piensa desde la distancia de ahora, lo mismo en los cuarteles que en el mundo exterior. No había ordenadores, ni cajeros automáticos, ni vídeos domésticos, ni enfermos de sida, ni diseñadores, ni divorcios, ni hornos microondas, ni chalets adosados. La idea que la mayor parte de nosotros teníamos de las computadoras procedía de aquella película ampulosa de Stanley Kubrick, 2001 una odisea en el espacio. Pedro Almodóvar era un auxiliar administrativo de la Telefónica que no había estrenado ninguna película, Juan Goytisolo era el héroe y mártir absoluto de toda disidencia gramatical, literaria o política, nadie había visto un cuadro de Miquel Barceló, casi nadie poseía o manejaba tarjetas de crédito, muy pocos intelectuales de izquierda, salvo Manuel Vázquez Montalbán, exhibían conocimientos gastronómicos.
Luis Buñuel, Julio Cortázar, Juan Rulfo, Graham Greene y John Lennon estaban vivos. John le Carré acababa de publicar la más triste, la más enrevesada y sombría novela de espionaje, la culminación de George Smiley y de su propio talento de escritor. Yo me encerraba en la oficina para leer a gusto La gente de Smiley, y guardaba el libro en uno de los grandes bolsillos del pantalón de faena para apurar en su lectura cualquier minuto de escaqueo o de indolencia militar que se me presentara. Ni Gabriel García Márquez ni Camilo José Cela habían ganado el premio Nobel de Literatura. El nombre de Mijáil Gorbachov no le sonaba a nadie. Jorge Luis Borges viajaba por el mundo guiado por María Kodama y no sabía que iba a casarse con ella ni que moriría en Ginebra en 1986. Ronald Reagan no era presidente de los Estados Unidos y Felipe González, que no mandaba en nadie, se teñía de gris las sienes y las patillas demasiado pobladas en los carteles electorales. Pero Karol Wojtyla ya era Papa y Margaret Thatcher ya gobernaba en Inglaterra, y sin embargo nadie se daba cuenta aún del azote que iban a ser los dos para el mundo cuando la década arreciara de verdad....>>