martes, 13 de marzo de 2012

Saudades australes

En aquel bar, que bien podría ser el último en dirección norte, ya que la carretera acababa en aquella playa en Cape Tribulation, solo encontraron al camarero y a otro hombre sentado en la barra. Eric pidió dos latas de ron con cola y otras dos para llevar que luego juntarían con las cervezas que llevaban en la nevera del coche. Con eso y la comida fría que llevaban esperaban pasar aquella tarde, la noche y volver al día siguiente por la tortuosa carretera en dirección Cairns, parando por el camino en algunos puntos interesantes que vieron a la ida, caminos forestales a pie, algunas playas pequeñas y arroyos de aguas cristalinas.

Después de pedir, Eric se fue al baño, pero el fuerte acento francés no pasó desapercibido para el hombre sentado a la barra, que miró a Martín de arriba a abajo antes de comenzar a hablar.
-¿Dónde vais?.
-¿Perdón?- Martín tenía dificultad en las conversaciones con australianos, así que el hombre lo repitió más despacio.-Ah... vamos a Cape Tribulation. Queremos acampar esta noche allí.
-Oh, es un lugar muy bonito, pero debéis ir rápido o la noche se os echará encima, aún os quedan un par de horas para llegar, o algo menos si vais rápido.
-Si, está es la última parada que hacemos antes de llegar.
-¿De donde eres?.
-De España.
-Vaya, vienes de muy lejos.

Eric volvió del baño y abrió la lata negra que mostraba un dibujo de un oso polar blanco. Sabía fuerte a ron, pero tenía buen sabor. Eran caras, pero Martín tenía curiosidad y no quería irse sin probarlas. El hombre de la barra habló con Eric, quien le explicó, manejándose bastante mejor en inglés que su amigo, que Martín estaba visitando Queensland unos días y que él llevaba ya medio año trabajando en Australia. El hombre parecía interesado, al parecer no llegaban muchos extranjeros por aquella zona, y, por la situación tan aislada del bar, se diría que no llegaba nadie, que ese hombre y el camarero eran los únicos seres humanos en un par de cientos de kilómetros a la redonda.

Se despidieron y subieron al coche con las otras dos latas que reservaron en la nevera donde llevaban hielo y cervezas. Abrieron dos cervezas frías y se las bebieron sentados en el coche con las puertas abiertas, en el parking, mientras Eric liaba algunos cigarrillos. Luego Eric arrancó el motor y comenzaron el último tramo del camino. Más y más carretera, rodeada de jungla, que ocasionalmente dejaba ver a la derecha el Mar de Coral, tranquilo, sin una ola. El aire era fresco, pero no pasaban frío pese a llevar la ventanilla bajada. El cielo estaba nublado y se notaba mucha humedad en el ambiente, tanto que llegó a caer una fina llovizna durante parte del trayecto.

Ocasionalmente cruzaban canales, la carretera bajaba y daba la sensación de atravesar el curso de un pequeño río, sólo que estos estaban secos en aquella época del año, Agosto, pese a que era el invierno austral, pero según decía Eric, el verano era la época de lluvias, y entonces si era difícil pasar esos canales, porque pequeños arroyos cruzaban la carretera, y si no tenías un coche preparado para eso, podías quedar atascado en medio.

Conducían sin prisa, bebiendo y mirando el paisaje, aunque ya sin tanto interés después de horas contemplando la exuberante vegetación. Por fin llegaron a Cape Tribulation, donde no llovía y quedaban pocas nubes. Aparcaron en un pequeño claro, sin ningún coche a la vista, bajaron y decidieron dar un paseo para aprovechar el par de horas de sol que aún quedaban. Salieron a la playa, que estaba a unos cien metros del coche, por un camino que no era tal, simplemente no había árboles ni plantas altas, pero el suelo era el mismo que el del resto de la jungla, hojas húmedas y barro. Antes de llegar a la playa, la familiar señal de peligro de medusas y cocodrilos y una botella con vinagre, para aliviar una posible picadura de medusa. Martín sintió un escalofrío al pensar en lo aislados que estaban y el tipo de fauna que había en el lugar.

Caminaron por la playa hacía la derecha, pisando descalzos la gruesa arena blanca, hacia el sur, llegando a una colina que se elevaba del mar unos veinte metros, y desde donde podían contemplar toda la playa al atardecer. La arena tenía unos treinta metros de ancho, y luego la jungla se mostraba como un muro verde oscuro, impenetrable en algunos puntos, y con aquella luz, nada apetecible. A sus pies, empezaba la playa desierta para acabar en un punto donde la jungla parecía unirse al mar, a un par de kilómetros de distancia. No había ni un rastro humano a la vista.

Volvieron al coche y cogieron sus mochilas, la bolsa de la comida, y llevaron la pesada nevera entre los dos. Avanzaban torpemente por el camino hacía la playa, tropezando con ramas y plantas, y peleando con la nevera. Al fin llegaron a la blanca arena y Martín puso su toalla y se sentó sobre ella, mientras Eric se estiraba en la arena y sugería un baño en aquella playa perdida del mundo, cuando parecía que en cualquier momento caería la noche sobre ambos sin remedio. Martín rechazó la sugerencia, y es que, pese a que no se lo había confesado a su amigo, tenía miedo al mar, y si era de noche, ese miedo era fobia. Sería incapaz de meterse más allá de los tobillos en las negras aguas.

-¿No te parece maravilloso este lugar? Posiblemente somos las únicas personas en muchos kilómetros de distancia. Quizás esos tipos del bar donde compramos las latas son las personas más cercanas a nosotros.

-¿No te da miedo que estemos tan aislados? Quiero decir, si nos pasase algo, el otro tendría que conducir durante un par de horas, en medio de la noche por esa carretera horrible. Aquí ni siquiera funcionan los móviles...- Eric se quedó a medias en el trago que le estaba dando a la cerveza e interrumpió a su amigo.
-¡Oh, por favor! ¡Deja de preocuparte y disfruta!. Nunca volverás a un sitio como este. No nos va a pasar nada, en esta época los cocodrilos se alejan de estas playas. ¿Por qué no abres otra cerveza?.

Martín siguió bebiendo y se relajó. Le pareció que ahora hablaba sin dificultad el inglés con su amigo, y le entendía perfectamente, algo que no sucedió cuando llegó una semana antes a Australia y se sorprendió de lo bien que hablaba Eric inglés y recordó que no hablaba ni una palabra cuando lo conoció. Estaba empezando a disfrutar de aquella excursión. Hablaron sobre anécdotas divertidas de su época en las islas Azores, y de la gente que les acompañaba por aquel entonces.

-...cuando fuimos en el barco para ver ballenas, ¿recuerdas?. Me tiré a nadar, esperando ver un delfín. Buceaba alrededor de la barca, y en un momento, me pareció ver un tiburón.
-¿Estás seguro de que fue un tiburón?
Joder, no me quedé a averiguarlo, salí de un salto del agua!. -Los dos reían mientras la cerveza de Eric se caía a la arena para perderse. -Oh, merde!.

La noche ya había llegado y sólo quedaba algo de luz por encima de los árboles de la jungla, que contrastaba con la negrura inquietante de ésta, pero ellos le daban la espalda, mirando el mar, y las primeras estrellas comenzaban a brillar sobre éste.
-¡Oh, joder! Nunca habría pensado que estaría contigo aquí, viendo este paisaje.
-Bueno, preferiría estar con una chica en lugar de contigo, pero creo que no hay muchas en esta playa...- Los dos rieron la broma de Eric y Martín miró a su amigo para luego preguntar.
-¿Echas de menos los días de Sao Miguel?- La pregunta puso en guardia a Eric.
-Bueno... ya sabes... en algunos momentos pienso que nunca encontraré un lugar como aquel, pero, ¡que coño! ¡Estamos en Australiaaaaa!- Su grito sonó más a alegría que a rabia contenida.
-Si, creo que lo mejor es guardar el bonito recuerdo de lo bien que lo pasamos aquellos días, fue algo irrepetible.
-Si, tío. Creo que fueron los mejores días de mi vida. Australia es increíble, es enorme, la naturaleza te deja sin respiración, y he conocido a gente muy interesante, pero creo que nunca será lo mismo que aquellos meses. No es ni mejor ni peor, simplemente creo que es diferente, ya sabes.
-Si, te entiendo. Pero tu al menos estás aquí, yo sigo en Valencia y me digo que tengo que seguir con mi vida, fijarme algún objetivo, pero cada vez la monotonía se apodera de mi con más fuerza. Además, no se si seguiré con el trabajo en el bar cuando vuelva, todavía no lo sé. Si sigo me iré a vivir sólo y quizás vea las cosas de otra manera que viviendo con mis padres.
-Seguro tío.- Eric abrió otra cerveza mientras Martín sacaba un sándwich de la bolsa.

Siguieron hablando de cosas triviales y cenando sus sandwiches mientras la luz iba desapareciendo, pero pese a que la oscuridad hacía que todo pareciera más inseguro, la cerveza reconfortaba a Martín, que le iba perdiendo el miedo al lugar y empezando a disfrutar de su belleza. Después de reírse de alguna cosa sin importancia, se quedaron en silencio hasta que Eric habló.
-Bueno, ¿y tu que tal? ¿muchas chicas en Valencia?
-¡No! Creo que Dios me está castigando por lo mal que me porté en Sao Miguel.- Eric se atragantó con ese comentario y Martín se rio de él. -...No, en serio, creo que voy a estar mucho tiempo sólo, ni siquiera hablo con chicas cuando salgo con mis amigos, creo que me espera una larga travesía por el desierto...
-¡Oh por favor! ¡Por mucho que llores no voy a follar contigo aunque solo estemos tu y yo en esta playa!- Los dos rompieron a reír. -Tu mismo siempre me has dicho que hay muchas mujeres...
-Si, tienes razón. Pero no son las mujeres. Bueno no sólo eso. Es que pienso en aquella época... Siempre íbamos juntos a todas partes, y no sólo me refiero que conocimos a todas aquellas chicas. Es que durante la semana ya estaba deseando que llegase el próximo fin de semana, ¿sabes? Roberto, tu, yo y todos los demás. Cada noche era una historia diferente, siempre nos pasaban todas aquellas cosas divertidas y nunca sabíamos como íbamos a acabar la noche.
-Buenos tiempos. Recuerdo cuando nos reuníamos entre semana para contarnos como habíamos acabado cada uno el fin de semana. Bebíamos mucho.- Miró a su cerveza, ya casi vacía y se rió. -¡No como ahora!- Martín se quedó pensativo.
-A veces pienso que quizás idealizamos esos días. Siempre bebiendo, y trabajábamos poco, era fácil esa vida.
-¡Habla por ti, cabrón!
-Si. Pero ya me entiendes, era como una fiesta continua.
-Te entiendo, pero no lo veo así. Tuvimos mucha suerte, éramos un buen grupo. Tuvimos suerte de coincidir en un lugar y en un momento único. -Martín asentía lentamente.

Martín apenas distinguía ya la silueta de su amigo, pues la luz se iba rápidamente. Unos molestos insectos, parecidos a moscas pero del tamaño de grillos habían aparecido desde hacía un rato. Se posaban en los pies sin que se diese cuenta y al rato le mordían. Sólo se iban cuando los tocaba con las manos, y al cabo de unos minutos ya tenía otro. Pero el paisaje era precioso y la conversación se tornaba cada vez más interesante, así que Martín no se preocupaba ya de la fauna, en parte gracias al alcohol. La noche tenía luna, y ésta se reflejaba en el mar. Arriba las estrellas parecían infinitas. Martín se mareaba y sentía vértigo cuando miraba arriba y veía aquellas luces que atravesaron millones de kilómetros durante millones de años para llegar hasta esa misma playa esa misma noche mientras ellos hablaban, insignificantes en el universo. Se sentía insignificante, pero feliz.

-Sería genial si hubiese venido Roberto, ¿no?
-Por supuesto. Ojalá estuviese aquí. Imagina la cara que puso cuando le llamamos por teléfono el otro día.- Eric sonrió maliciosamente.
-El pobre estaba durmiendo, debía ser de madrugada en España.
-Aún así se alegró de hablar con nosotros. Realmente es un buen tipo. ¿Os veis mucho en Valencia?
-Bueno, normalmente una vez a la semana, en mis días libres, el miércoles.- Martín se paró a pensar. -Pero no es lo mismo.
-¿Que quieres decir?
-Quiero decir que no es lo mismo que en Sao Miguel. No sabría explicarlo, parece que nos comportamos de manera diferente, a veces me parece otra persona diferente a la que conocí allí.- Martín se quedó pensativo. -Es como si no tuviese la energía que tenía antes, esas ganas intensas de vivir, de sorberle el jugo a la vida, antes vivía como si fuesen sus últimos días y tuviese que aprovecharlos.
-Creo que ninguno de nosotros somos la misma persona desde que dejamos las islas.
-En eso tienes razón. Hablo de él, pero quizás yo también he cambiado desde que llegué a Valencia. Además tengo la sensación de que le he defraudado de alguna manera. -Eric hizo una mueca de no comprender. -Me refiero a que parece que no estemos tan compenetrados como antes. A veces no me siento cómodo cuando hablo con él, me resulta un desconocido. No es como contigo, contigo hablo sin preocuparme de lo que digo, pero con él a veces tengo problemas, me preocupa molestarle o lo que piense de mi...
-No te sigo tío... -Eric abrió otra cerveza y le pasó una a Martín.
-Es como si él representase todo lo que viví aquellos días, como si los personificase en él, y me da miedo perderlos, y al mismo tiempo se desdoblase en otra persona, a la que no conozco, la que veo en Valencia la mayoría del tiempo que paso con él.
-¿Acaso os lleváis mal? Has dicho que os veis todas las semanas.
-No, para nada. Creo que lo estoy liando todo... debo estar borracho.
-Por favor sigue, me interesa mucho lo que dices.
-Es sólo que... creo que me gustaría que todo fuese como antes. Que fuésemos uña y carne otra vez. Creo que durante esos meses fue el mejor amigo que tuve nunca, y fue más que eso, fue como un hermano para mi.
-Te entiendo, para mi vosotros dos también fuisteis como hermanos mayores. ¿Recuerdas como era cuando llegué? ¡Si ni siquiera hablaba inglés!.
-Y ahora podrías darme clases...
-Tampoco exageres, solo te falta practicar, mate.- Eric dejó de mirar al mar y miró a su amigo. Martín notó la mirada de aquella silueta en la oscuridad. -Pero sigo sin entenderte.
-No sé explicarlo, lo siento. Lo he intentado, pero no puedo. Quizás sea que mi vida en Valencia no es lo que esperaba y le culpo a él porque es lo único que me queda de esa época. -Eric dio una palmada en la espalda de su amigo mientras los dos miraban el horizonte, que reflejaba la luna sobre el mar. -A veces la vida no es como la imaginamos, ¿eh?
-Si tío. ¿O acaso imaginabas hace un par de años que ibas a estar mirando las estrellas conmigo esta noche? ¿Podías imaginar a dos amigos en el otro lado del mundo hablando sobre la vida bebiendo unas cervezas? ¿Acaso podías si quiera soñar con recorrer miles de kilómetros y llegar a estar tan lejos de todo? Esto es maravilloso.
-Tienes razón, nunca sabemos que nos espera dentro de unos años, ni siquiera dentro de unos meses.
-¿Y no es maravilloso?
-Absolutamente maravilloso. Brindemos por Roberto. -Los dos amigos chocaron sus botellines y bebieron un largo trago a su salud. Se quedaron en silencio y Martín pensó en Roberto. Le echaba de menos. Habría dado lo que fuera por tenerle allí esa noche, junto con Eric, las estrellas, la playa, la jungla... Por compartir aquel momento, por engrandecer la amistad. Pensó que la amistad es con seguridad, lo más valioso que tenía en su vida. No tenía mucho dinero, pero al menos tenía buenos amigos que le querían y ese pensamiento le reconfortó. Se tumbó boca arriba y cerró los ojos y se sintió mareado y los volvió a abrir y contempló la infinidad del universo que le hacía sentirse insignificante, le daba vértigo, al igual que la vida que tenía por delante le daba vértigo y se sintió feliz por estar aquella noche con su amigo, por aquella playa, por aquel cielo lleno de estrellas, por haber conocido a Roberto y a todos los demás y por sentir ese vértigo, y deseó sentir ese vértigo durante todo lo que le quedaba de vida, y después siguió bebiendo con su amigo, y hablando de viajes que harían juntos, y durante esa noche siguió sintiendo el vértigo, el vértigo y la felicidad.