lunes, 12 de agosto de 2013

Una nueva vida

El cielo amenazaba con tormenta esa tarde de agosto, mientras Dylan Jones salió de casa de sus padres, en el barrio de Riverside. Tomó Clare Street hacia el centro de Cardiff para desviarse a la derecha en Green Street y salir al puente que da al centro de la ciudad. No cruzó el puente, sino que entro en los jardines del río Taff y caminó río arriba, por la orilla derecha. El aire olía a lluvia y a vegetación pudriéndose en los márgenes del río.

Mientras caminaba, algunos ciclistas se cruzaron en su camino, pero Dylan Jones estaba tan absorto en sus pensamientos que incluso alguno de esos ciclistas tuvo que parar para no arrollarlo. Seguramente pensó en la cita que le esperaba, junto al puente de la presa, un poco más arriba. Allí se citó con la que había sido su novia los tres últimos meses, Clarisse Jenkins. Ella era la primera novia que Dylan Jones había tenido, pero desde hacía un par de semanas, los dos jóvenes de dieciocho años se habían separado, según Clarisse, porque Dylan era un inmaduro y no estaba preparado para una relación, aunque él fué quien tomó la decisión de acabar con la relación.

Dylan Jones llevaba tiempo dándole vueltas a una idea. No le gustaba estudiar y se veía abocado a trabajar en la ferretería de su padre, pero ya se había hecho a la idea. Incluso había incluido a Clarisse en su vida. Se veían únicamente los fines de semana, se emborrachaban y se acostaban juntos en la habitación vacía que un amigo de ellos tenía en su piso compartido. Parecía una vida fácil. Un trabajo tranquilo, una familia, una mujer a su lado. Pero algo dentro de él se resistía a creer que eso era todo. Tan sólo tenía dieciocho años, toda la vida por delante. Toda una vida para pasarla en la ferretería, y con Clarisse.

Cuando se encontraban pasaban la mayor parte del tiempo en silencio, paseando por el parque si no llovía o viendo una película en el cine. Luego iban a casa de su amigo, bebían todos juntos y contaban historias graciosas sobre sus compañeros de la escuela. Clarisse siempre contaba la noche en la que bebió tanto que perdió la consciencia y la policía la llevó al hospital, y apareció su madre, y la cara que puso, y siempre reía al llegar a ese punto de la historia, pero Dylan no lo encontraba gracioso, aunque reía las primeras veces, pero luego ya ni siquiera reía y aborrecía a Clarisse siempre que contaba esa historia delante de todos. Siempre que pasaba una tarde a solas con ella pensaba en que podría estar haciendo en ese momento.

Una noche, la pareja estaba en casa de Tom, el amigo que les dejaba dormir en la habitación de su piso. Tom era unos años mayor que Dylan. Un día, Dylan le preguntó a Tom por el antiguo inquilino de esa habitación. Era un chico de veintitrés años, que trabajaba en una oficina en Cardiff Bay. Un día le dijo a Tom que dejaba la habitación, porque se iba a vivir a Canadá. Dylan se mostró interesado e insistió a Tom para que siguiese. <>. Dylan quiso saber más, pero todos los presentes se rieron de ese chico, así que Dylan no quiso parecer un imbécil también y dejo el tema. Pero a cada rato, cada día, imaginó a ese chico, solo en un país nuevo, buscándose la vida, empezando de cero. Conociendo gente, haciendo nuevos amigos. Cuando estaba en la cama con Clarisse, después de hacer el amor, se imaginaba como vivió ese chico en esa habitación, como pasó sus últimos días antes de atreverse a dar ese salto. La habitación le parecía a Dylan un santuario, porque pese a estar medio vacía, quedaban algunos datos reveladores de la persona que vivió en ese espacio. Objetos en los que no reparó las primeras veces, pero que luego veía cargados de simbolismo. Un libro. Un lápiz. Una púa de guitarra. Un posavasos con un texto en francés...

Tumbado en la que fue cama de otro durante meses, Dylan trataba de adivinar más detalles de esa vida fugaz, de esa presencia que aún vivía en su imaginación después de ocupar ese mismo espacio durante un tiempo diferente. Hablaba en voz alta, pero a Clarisse parecía irritarle el tema. <> pero Dylan solo oía a Clarisse sin entenderle, como un sonido monótono a su lado y se veía finalmente a sí mismo como ese chico. Era una señal que le decía que sólo iba a vivir una vez, y que algo de lo que hacía ahora estaba mal. Algo estaba privándole de sus sueños, le alejaba de la melancolía que sentía por todos esos lugares que aún no había visto, y cada día daba un paso más hacía una vida mediocre. Así que llegó a la decisión de que tenía que irse a Canadá.

Por supuesto, no se lo dijo a Clarisse ni a sus amigos. Quería tener un proceso tranquilo y lento, que la idea fuese cogiendo fuerza dentro de sí para, llegado el momento, partir sin tener que escuchar las opiniones de los demás, que ya adivinaba negativas. Se imaginaba comunicando la noticia a sus amigos una noche, y solo con pensar en la reacción de estos, se sonrojaba. Lo primero que hizo fué dejar a Clarisse. Ella se enfadó mucho, pero no lloró ni parecía triste. Se limitó a insultarle a él, diciendo que nunca encontraría a nadie que aguantase sus tonterías y sus fantasías estúpidas, que aún era un niño y ella necesitaba un hombre de verdad, que le había hecho perder el tiempo.

Durante esas dos semanas sin Clarisse, Dylan Jones pasó mucho tiempo investigando sobre Canadá, viendo precios de vuelos, información sobre visados, alquileres en habitaciones, hostales... no se encontró con sus amigos en esas dos semanas y ellos pensaron que se sentiría mal por su separación con Clarisse. Curiosamente lo que más echaba de menos Dylan era esa habitación mágica. Eso y alguien con quien hablar de sus planes. Pensó en lo maravilloso que habría sido el conocer al chico de la habitación. Él le habría entendido.

Hizo cálculos y pensó que trabajando hasta Febrero ya dispondría del dinero suficiente para el billete y un par de meses viviendo de forma casi miserable en Toronto, el resto sería improvisar, pero estaba convencido de que la suerte le sonreiría. Estaba totalmente absorto en su nueva vida, en esa aventura, hasta que un día un mensaje de Clarisse en su teléfono le citaba de forma críptica esa tarde en el puente de la presa.

En todo eso pensaba Dylan cuando ya desde cierta distancia vió a Clarisse sentada en un banco antes de llegar al puente. Se saludaron sin darse si quiera un beso en la mejilla.

- ¿Cómo estás?. Tom y los demás están preocupados porque no te ha visto nadie en dos semanas.

- Estoy muy bien, gracias. ¿Qué tal tú?.

- Bien. Tengo algo que quería decirte. Estas dos semanas he estado pensando mucho en ti y quiero pedirte perdón por todo lo que te dije el último día.

- No te preocupes, está olvidado.

- Me gustaría que nos viésemos otra vez. Te echo de menos. ¿No has pensado en mí estos días? ¿Qué has estado haciendo?

- Sí, claro. Poca cosa, he estado encerrado en mi habitación pensando. No creo que sea una buena idea seguir saliendo juntos, Clarisse. Tu misma dijiste que esta relación no nos llevaba a nada, no estábamos lo suficientemente unidos y...

- Bueno, pero todo eso va a cambiar, ya lo verás.

- No lo sé, estabas convencida de que yo no era hombre para ti...

- Pero ahora sé que sí. Vamos a estar muy bien juntos. Tenemos algo muy bonito y vamos a ser muy felices. Dylan Jones, vas a ser padre, estoy embarazada de ti.

La Colina, de Rupert Brooke

La Colina

Sin aliento, nos echamos con el viento sobre la colina,
Reímos y nos besamos en el precioso pasto bajo el sol.
Tu dijiste, "A través de gloria y éxtasis pasaremos;
Viento, sol y tierra permanecerán, las aves aún cantarán,
Cuando seamos viejos, cuando seamos viejos..." "Y cuando muramos
Todo lo nuestro terminará; y la vida seguirá ardiendo
A través de otros amantes, otros labios," dije yo,
"Corazón de mi corazón, nuestro paraíso es ahora, ¡está ganado!"

"Somos lo mejor de la tierra, y su lección aprendimos aquí.
La vida es nuestro grito. Hemos conservado la fe". Dijimos;
"¡Nosotros bajaremos con paso firme
coronados de rosas a la oscuridad!"... Orgullosos estábamos,
Y reímos, de tener tan valientes palabras que decir.
Y entonces rompiste a llorar, y apartaste la mirada.