domingo, 21 de octubre de 2018

La Real Expedición Filantrópica de la Vacuna.

Parece que estos días a algunos de nuestros políticos se les llena la boca de patria, de nación, de conquistas y de héroes. Nuestra historia es rica y se alarga en el tiempo, pero muchas veces, los verdaderos héroes quedan enterrados por intereses políticos o ideológicos, y se resaltan hechos de dudosa moralidad, como la conquista de América, un tema complejo y con tantas luces como sombras.

Sin embargo, creo que hay episodios de los que se puede estar orgulloso sin un ápice de duda. Llenos de bondad, valentía y generosidad, que en mi opinión, son las únicas razones que deberían hacer que alguien se sintiese orgulloso de su país; cuando mejora la vida de las personas, dentro o fuera de sus fronteras.

Una historia no muy difundida fue aquella en la que España se adelantó a su tiempo, alcanzó la gloria y todavía hoy se podría recordar como un motivo de orgullo patrio. No es ninguna guerra, ni ninguna conquista.

Año 1803. La misión: vacunar a todos los niños del Imperio Español para salvarlos de la viruela, sin importar raza ni religión, todo costeado con dinero público.

Unos pocos años antes, el británico Edward Jenner descubría que las ordeñadoras de vacas se contagiaban de la viruela vacuna, que superaban sin problemas y que posteriormente nunca se contagiaban de la mortífera viruela humana. Estaban inmunizadas. Tomó suero de esta vacuna y se la inyectó a un niño de ocho años, que mostró leves síntomas de viruela y no murió. Acababa de nacer la primera vacuna.

Cinco años después del descubrimiento, el médico alicantino Francisco Javier de Balmis había traducido al español un libro del doctor francés Moreau donde se explicaban los procedimientos de Jenner. Por suerte, en aquella época no existían las patentes farmacéuticas.

Balmis recomendó a Carlos IV iniciar una campaña masiva de vacunación a lo largo y ancho del Imperio español, que extendía sus territorios por América y Filipinas. Iba a ser una empresa enorme y difícil, pero el monarca conocía de cerca la tragedia de la viruela: nueve años antes había perdido a su hija María Teresa a la edad de tres años a causa de la enfermedad. El rey accedió y comenzaron a diseñar una expedición.

Pero en una época donde no había manera de conservar vacunas en frío y en la que los viajes en barco alrededor del mundo duraban años, ¿como conseguir que llegasen en condiciones al otro lado del mundo?

Balmis encontró la solución: veintidós niños huérfanos de entre ocho y diez años formarían parte de la expedición y mantendrían la vacuna viva, inoculada en su cuerpo y pasándosela cada nueve o diez días.

El 30 de noviembre de 1803 zarparía el barco María Pita con 37 personas a bordo, entre ellas, la rectora de un orfanato coruñés, Isabel Zendal Gómez y su hijo Benito Vélez, uno de los veintidós que transportarían la vacuna en su cuerpo.

Santa Cruz de Tenerife, Puerto Rico, La Habana, Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú, Chile, Bolivia, México, Filipinas, China... durante el recorrido la expedición se dividía y personal sanitario se dirigía hacía territorios alejados de la costa, mientras que Balmis seguía navegando con nuevos huérfanos y nuevo personal sanitario.

En 1805 la vacuna no había llegado a China, pero Macao era territorio portugués. Aún así, Balmis solicitó permiso para que la expedición vacunase a la población, y le fue concedido. El viaje fue muy accidentado, pero tuvo éxito. Desde Macao, pasarían por varias ciudades hasta llegar a la provincia china de Cantón.

Un año después la expedición volvía a España, pero todavía habría tiempo para salvar más vidas en la isla de Santa Elena, territorio británico, después de que Balmis consiguiese convencer a las autoridades británicas.

Balmis llegó a España en 1806, pero parte de la expedición seguiría vacunando durante varios años para alcanzar hasta el último rincón de los vastos territorios del Imperio.

Como otro héroe desconocido que formaba parte de la expedición, el cirujano militar catalán José Salvany y Lleopart, que se adentró con parte de la expedición en lo que hoy en día es Colombia, Ecuador, Perú, Chile y Bolivia, donde dio literalmente su vida por la causa. Salvany habría de pasar por un naufragio en el río Magadalena (Colombia) donde perdió la visión de un ojo en 1804. Contrajo una tuberculosis pulmonar que le hizo vomitar sangre, pero eso no le impidió dirigirse hacía Quito (Ecuador) al conocer que se iniciaba una epidemia de viruelas. También habrían de superar unas violentas manifestaciones indígenas en contra de la vacunación en Chocope y fueron víctimas de un robo en Lambayeque.

En 1809 llegan a La Paz (Bolivia), pero Salvany estaba en muy mal estado de salud, ya que seguía vomitando sangre. Sufría de malaria, difteria y tuberculosis. Con todo, seguiría adelante, rumbo a Buenos Aires, pero después de pasar por La Paz y Oruro, en Cochabamba no aguantó más y falleció el 21 de julio de 1810 a los 34 años. Había vacunado a unas 200,000 personas.

El éxito de la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna fue total. Es incalculable el número de vidas que se salvaron. Varias personas dieron su vida por la causa, y todo se financió con dinero público sin esperar ningún beneficio a cambio.

El propio descubridor de la vacuna, el británico Edward Jenner escribió sobre la Expedición: “No puedo imaginar que en los anales de la Historia se proporcione un ejemplo de filantropía más noble y más amplio que este”. La aventura siguió resonando durante mucho tiempo. El humanista prusiano Alexander von Humboldt escribió en 1825: “Este viaje permanecerá como el más memorable en los anales de la historia.”

La Organización Mundial de la Salud declaró erradicada la viruela en el mundo en 1990.